La mayoría de los borrachos acostumbra a infringir las leyes, no a romper un récord mundial. Pero aquí está un “borracho” que además de realizar esa hazaña dejó al mercado del diseño de los vehículos eléctricos un tanto… embriagado.
A comienzos de este mes, un vehículo experimental eléctrico, bautizado con el nombre de Schluckspecht E (“borracho” en alemán), batió el record de mayor distancia recorrida por un automóvil eléctrico con una única carga de batería. Proyectado por un equipo de desarrolladores de la Universidad Offenburg de Ciencias Aplicadas, el Schluckspecht E viajó durante 36 horas y 12 minutos.
Cuatro pilotos se turnaron manejando el vehículo a poco más de 45 kilómetros por hora. El récord fue batido en la pista de pruebas corporativas de la Bosch, en Boxberg, Alemania.
La hazaña del Schluckspecht se debe sobre todo a su chasis ultraligero, que sustituye la placa de apoyo por una estructura menos pesada, desarrollada por el Instituto Fraunhofer.
El vehículo posee un único asiento y dos motores eléctricos montados sobre dos ruedas y es movido por 14 baterías individuales de litio y cobalto. Sin transmisión o motor de gran potencia, los desarrolladores pudieron fabricar un automóvil estrecho, aerodinámico y ligero.
El nombre “borracho” se debe a los primeros prototipos a gasolina fabricados por el equipo, grandes consumidores de combustible.
"El primer automóvil que hicimos consumía tanto que nos quedamos sin combustible antes de alcanzar la línea de llegada”, comentó Ulrich Hochberg, uno de los dos líderes del proyecto, a Deutsche Welle.
El equipo realizó modificaciones de gran éxito y cambió su enfoque hacia los automóviles eléctricos pero el nombre se quedó.
"Se acabó convirtiendo en el nombre de la marca”, manifestó graceja Hochberg.
[Vía PhysOrg]
Una exposición prolongada a la contaminación atmosférica puede llevar a cambios físicos en el cerebro, así como ocasionar problemas de aprendizaje y de memoria, e incluso ansiedad. Así lo sugieren los resultados de una nueva investigación con ratones.
Mientras que otros estudios han mostrado los efectos perjudiciales del aire contaminado en los pulmones y en el corazón, éste es el primero en mostrar el impacto negativo sobre el cerebro.
El equipo de Laura Fonken, Randy Nelson, Qinghua Sun y Sanjay Rajagopalan, de la Universidad Estatal de Ohio, Estados Unidos, ha extendido al cerebro una línea de investigación anterior en la cual se comprobó que el material particulado fino que flota en el aire, por culpa sobre todo de la contaminación atmosférica causada por el Hombre, causa inflamación en buena parte del cuerpo, y puede estar relacionada con problemas de presión arterial alta, diabetes y obesidad.
Randy Nelson. (Foto: OSU)
Fonken y sus colaboradores expusieron a los ratones a un aire contaminado o filtrado durante seis horas cada día, cinco días por semana, a lo largo de un período de 10 meses, casi la mitad del tiempo de vida medio de los ratones.
El aire contaminado contenía partículas finas, el mismo tipo de polución creado por automóviles, fábricas y el polvo natural. Las partículas finas de esa clase son diminutas, de unos 2,5 micrómetros de diámetro, o aproximadamente una treintava parte del grosor de un cabello humano. Estas partículas pueden penetrar a gran profundidad en los pulmones y otros órganos del cuerpo.
La concentración de este material particulado al que fueron expuestos los ratones es equivalente a la concentración a la que las personas pueden estar expuestas en algunas áreas urbanas contaminadas.
Después de transcurridos los 10 meses, los investigadores sometieron los animales a una serie de pruebas de comportamiento. Tanto la conducta de los ratones, como los resultados de los exámenes neurológicos que se les hizo, denotan que los sometidos al aire polucionado tenían más problemas de aprendizaje y memorización, y mayores niveles de ansiedad.
Foto: NCYT/MMA
Los resultados sugieren que la exposición prolongada al aire contaminado puede tener efectos medibles y negativos en el cerebro humano, capaces de provocar diversos problemas de salud mental. Esto podría acarrear consecuencias importantes y preocupantes para quienes viven y trabajan en áreas urbanas contaminadas.
Este mapa de los nidos de las tortugas de mar de SWOT (Sea of World’s Sea Turtles) es un esfuerzo colaborativo de voluntarios de todo el mundo que muestra dónde anidan estos adorables animales marinos.
La planta cuenta con dos tanques de sal fundida compuesta en un 60% de nitrato de potasio y 40% de nitrato de sodio que almacenan la energía del sol durante el día y la liberan en la noche, la mezcla retiene el 99% de la energía térmica para después poder utilizarla.
Ahora dicen que esperan mantenerla de forma que produzca energía durante unas 18 a 20 horas dl días de forma eficiente. Su potencia total es de unos 20 MW.
La primera ministra de Australia, Julia Gillard, ha anunciado un impuesto de 23 dólares locales (24,7 dólares estadounidenses ó 17,3 euros) por emisión de una tonelada de dióxido de carbono a partir del 1 de julio de 2012.
Unas 500 empresas, consideradas las mayores contaminadoras de Australia, tendrán que hacer frente a este impuesto propuesto por el Ejecutivo, que ya consiguió los votos necesarios para que sea próximamente aprobado por el Parlamento australiano.
"Como nación necesitamos poner un precio al carbono y crear un futuro con energías limpias", dijo Gillard en una rueda de prensa en Camberra.
Con esta medida se pretende "reducir en 160 millones de toneladas la emisión de gases contaminantes para el año 2020".
"Esto equivale a sacar unos 45 millones de coches de las carreteras", apuntó Gillard.
El impuesto se incrementará en un 2,5% en términos reales hasta julio de 2015, cuando entre en vigor en Australia un esquema de intercambio de emisiones en el que el mercado regulará los precios.
El impuesto no afectará al combustible destinado para el consumo personal o las pequeñas empresas, pero el transporte pesado que emplea diesel pagará el precio de las emisiones de dióxido de carbono a partir de 2014, transcurrida una moratoria de dos años.
El Gobierno gastará unos 9.200 millones de dólares locales (6.938 millones de euros) en los próximos tres años provenientes de los fondos de este impuesto para generar "incentivos económicos para los mayores contaminantes para reducir las emisiones de los gases de efectos invernadero", acotó Gillard.
La primera ministra explicó que parte del dinero proveniente del impuesto a las emisiones de dióxido de carbono se destinará a la creación de empleo y a promover las inversiones en energías limpias, así como en programas que contribuirán a mitigar el cambio climático.
Gillard también anunció en la rueda a la que comparecieron el Tesorero de Australia, Wayne Swan, y el ministro de Cambio Climático, Greg Combet una serie de aumentos a los pagos de las ayudas sociales y recortes en los impuestos para las familias australianas con ingresos menores a los 80.000 dólares anuales (85.952 dólares estadounidenses ó 60.338 euros).
El líder del Partido Verde, Bob Brown, dijo que el impuesto es el resultado a "una negociación extraordinaria entre el ministro de Cambio Climático y el equipo gubernamental".
Por su parte, el líder de la oposición, Tony Abbott, señaló que mientras que Australia intenta reducir en un 5% sus emisiones de gases contaminantes para 2020, respecto a los niveles de 2000, China e India aumentarán sus emisiones en 500 y 350%, respectivamente.
Por eso Abbott pidió a que se ponga la situación de las contaminaciones en "un contexto internacional apropiado" e insistió en el impacto que tendrá el impuesto en el bolsillo de los australianos y en la pérdida de puestos de trabajos
Un ecosistema es como un gran organismo en el que las especies se comportan de una manera similar a las células del cuerpo humano: el conjunto forma una entidad permanente aunque las entidades que lo forman estén en constante sustitución. Eso es lo que se desprende de un estudio teórico llevado a cabo por investigadores de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M).
Los científicos han desarrollado un modelo matemático que recrea el comportamiento de un ecosistema para observar la dinámica del mismo y sus reacciones ante diferentes situaciones. Y lo que han comprobado es que el ecosistema alcanza un estado en el que permanece más o menos invariable, a pesar de que las especies que lo conforman pueden estar constantemente siendo sustituidas unas por otras hasta llegar incluso a renovarse por completo, de forma similar a como ocurre en un organismo humano. "En resumen: las especies cambian, la estructura no", comenta uno de los autores de la investigación, el profesor José A. Cuesta, que ha publicado el estudio recientemente en el Journal of Theoretical Biology junto a José A. Capitán, ambos del departamento de Matemáticas de la UC3M, y Jordi Bascompte, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Desde ese punto de vista, se podría decir que los seres pluricelulares somos también ecosistemas, comentan estos investigadores. En este sentido, estamos formados por células de distintos tipos que cooperan o compiten por recursos; colonizados por diversos tipos de bacterias (en el intestino, en la piel, etc.), cuya actividad está acoplada a la de otros procesos de nuestro organismo; invadidos por virus, que pueden ser dañinos o intervenir en procesos regulatorios de nuestro ADN. "Estos seres están continuamente siendo renovados, de manera que transcurrido un tiempo suficientemente largo, todas las entidades que nos forman han sido sustituidas una o varias veces. Y, sin embargo, a lo largo del proceso seguimos siendo nosotros mismos, al igual que ocurre con los ecosistemas", explica el profesor Cuesta.
La implicación más importante de este hallazgo es que nos hace ver los ecosistemas de una forma distinta, como una entidad en sí misma más que como un conjunto de especies. "Nos obsesiona la preservación de las especies, pero es mucho más importante la preservación de un ecosistema", apuntan estos científicos. Desde este punto de vista, por ejemplo, a veces podría ser beneficioso sustituir una especie amenazada por otra equivalente - con similares interacciones con las otras especies del ecosistema - para que el ecosistema no se viera amenazado, porque perderíamos una especie pero salvaríamos el ecosistema.
En el campo de la evolución a la hora de abordar el término 'ecosistema' siempre se distingue entre especies y ambiente. Las primeras evolucionan para adaptarse al segundo y cambian a medida que éste lo hace. Ante esta dicotomía, se tiende a pensar que especies y ambiente son entidades separadas. Sin embargo, los ecosistemas muestran que las propias especies forman la parte más importante del ambiente. "Las especies interaccionan: se comen unas a otras, se pelean por el territorio... y eso hace que la presencia o ausencia de ciertas especies sea el factor que más influye en la supervivencia de una especie dada", comenta el investigador. "Esta propiedad de las especies de generar su propio ambiente formando un ecosistema es el aspecto que más nos interesaba cuando abordamos el estudio", comenta José A. Cuesta, que también forma parte del Grupo Interdisciplinar de Sistemas Complejos de la UC3M.
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(Foto: I.C./SINC)
El modelo matemático que han creado estos investigadores permite observar el ecosistema en grandes escalas de tiempo, así como durante su formación, lo que les ha permitido formular otras hipótesis. Han visto, por ejemplo, que el ecosistema se va formando a medida que es invadido por nuevas especies, pero que hay un punto a partir del cual el ecosistema se vuelve robusto y ya no admite más incorporaciones a su estructura, aunque sí el intercambio de elementos. Otra evidencia que han comprobado es el efecto "gran depredador", que se ha observado en ecosistemas reales. Consiste en que la extinción de un gran depredador, que consume diversas especies, a veces acarrea la subsiguiente extinción de estas especies. La razón es que actúa como un regulador de la población de las presas, de tal modo que, de no estar presente, la población de estas crece tanto que llegan a agotar sus recursos y terminan por extinguirse.
Las ventajas de crear un modelo matemático a la hora de estudiar la naturaleza son muy diversas. Por un lado, la escala temporal evolutiva de un ecosistema puede ser muy grande y requerir datos recogidos durante siglos o milenios, algo que resulta inviable. Por otro lado, el análisis empírico de ecosistemas es sumamente difícil, porque supone observar todas las especies involucradas durante largos periodos de tiempo, tener suficientes observaciones de depredadores y presas de manera que se puedan inferir relaciones tróficas fiables, estimar los parámetros de competición entre especies... Y a lo largo de todo el periodo de observación el ecosistema puede estar sujeto a cambios estacionales o climáticos que pueden influir en todas esas relaciones. "Los modelos matemáticos resultan de gran ayuda para focalizar el tipo de datos a recoger para contrastar hipótesis y, de hecho, la ecología matemática tiene una larga tradición en esta disciplina y los propios ecólogos están haciendo cosas muy interesantes aplicando técnicas matemáticas desarrolladas para otros fenómenos", asegura el profesor José Cuesta. (Fuente: UC3M)